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Réquiem por un político honrado (1912-1991) / Requiem for an honest politician (1912-1991 |
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El 2 de julio de 2000 fue el noveno aniversario de la muerte de mi padre, Manuel Eduardo Zayas-Bazán y Recio. Recuerdo perfectamente cómo me sentía ese trágico día cuando sentado en un banco de la Iglesia St. Raymond escuchaba al Padre Carrillo, quien obviamente no sabía nada de la vida de Papá y estaba diciendo las generalidades que se mencionan cuando no se conoce a la persona de quien se está hablando.
Papá murió sorpresivamente, después de una supuestamente simple operación del corazón para reparar una válvula defectuosa. Sus hijos lo habíamos animado a hacérsela, pensando que con ella le estábamos dando 10 años más de vida. Cuando lo operaron, los cirujanos encontraron el corazón en peor estado de lo que pensaban, y Papá sólo pudo sobrevivir cuatro días más, dejándonos sin preparación para su inesperada partida.
A pesar de haber ocupado posiciones políticas importantes, mi padre era un hombre dulce, sencillo y jovial al que todo el mundo llamaba Eddy. Llevaba el patriotismo y la política en la sangre. Su padre, Rogerio Zayas-Bazán y Ramírez, obtuvo el grado de Comandante en la Guerra de Independencia. Después fue gobernador de Camagüey, Secretario de Gobernación y senador de la República. Su abuelo por parte de madre, el Dr. Tomás Recio y Loynaz, primo segundo de Ignacio Agramonte y Loynaz, fue miembro del primer Senado en 1902. Su tío abuelo, el General Lope Recio, fue el primer gobernador de Camagüey en la Cuba republicana. Su bisabuelo por parte de madre, José Agustín Recio y Céspedes, era primo lejano de Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria.
Mi padre fue elegido representante cuando sólo tenía 23 años, siendo después reelegido dos períodos más. Fue senador de 1948 a 1952, y gobernador de Camagüey de 1954 a 1958. Nunca fue derrotado en una elección, y fiel a la tradición de su padre, perteneció siempre al Partido Liberal.
Mi padre era un político atípico: no era orador, y aunque podía expresarse bien en discusiones informales, a la hora de hablar en público, lo petrificaba el miedo escénico. En los actos públicos, eran sus subalternos los que tomaban la palabra en su nombre. Sólo recuerdo haberlo oído decir unas palabras en 1954 cuando tomó posesión del cargo de gobernador en el Palacio Provincial de Camagüey.
Papá era una de las personas más serviciales que he conocido. A través de su vida prestó miles de servicios a sus coterráneos, hubieran votado por él o no. Tenía un conocimiento profundo de la política local y un grupo formidable de fieles amigos y seguidores que lo ayudaban en la organización y desarrollo de sus campañas políticas. Sin embargo, como político tenía un gran problema: era intransigente en cuestiones de ética y más de uno que no lo conocía pasó momentos desagradables al atreverse a plantearle algo que Papá consideraba incorrecto.
Mi padre poseía una virtud muy rara en Cuba: era un político honrado. Eso lo heredó de su padre, el Comandante Zayas-Bazán, que gozó de fama por su honradez y por querer acabar con el juego y la prostitución en Cuba cuando fue Secretario de Gobernación durante los primeros cuatro años del gobierno del General Machado. En Cuba ha habido muy pocos políticos que no se hayan enriquecido en el poder. Cuando el triunfo de la revolución de Fidel Castro, las posesiones de Papá eran las mismas que había heredado a la muerte su padre, más las propiedades que Mamá había heredado de los suyos. A nosotros, sus hijos, nos dijo en repetidas ocasiones: "No les dejaré mucho dinero, pero sí un nombre del que se sentirán orgullosos". Y así fue. Esta actuación tan rara en un político cubano es lo que le da méritos especiales a Papá. No importa que no haya sido un caudillo carismático o un brillante orador; para mí, más relevante fue la honradez con que actuó y el ejemplo que dejó. Si en Cuba hubiéramos tenido más políticos honrados, políticos inspirados por sus mejores sentimientos, deseosos de mejorar el nivel de vida del pueblo en vez de mejorar su propio nivel de vida, no hubiéramos terminado con un Fidel Castro que supo explotar muy hábilmente las frustaciones del pueblo cubano con nuestra corrupta política de la época republicana.
Papá cometió un grave error. Después del golpe de estado del General Batista en marzo de 1952, el partido Liberal y el partido Demócrata pactaron en 1954 con el PAU, el partido de Batista, para las elecciones que se celebrarían ese año. Papá no pudo resistir la tentación y accedió a ir de candidato a gobernador de Camagüey. Esto fue un serio error de parte de mi padre por dos razones: primero, cuando ocurrió el golpe de estado, el partido Liberal y el partido Auténtico, el partido que gobernaba en esos momentos, eran aliados. Al aliarse ahora con el PAU, el partido Liberal estaba traicionando a su ex-aliado al unirse al de facto pero ilegítimo gobierno; segundo, porque Papá no era amigo del General Batista. Batista nunca le había perdonado a mi padre que hubiera votado en 1936 en contra de la destitución de Miguel Mariano Gómez, y después por sus gestiones para impedir que Batista tomara el control del partido Liberal. Hace muchos años Papá me contó con cierto orgullo que, cuando era gobernador, nunca logró que Batista le diera una audiencia.
Años después, la decisión de aspirar a gobernador bajo la candidatura de Batista, le iba a costar bien cara. Con el triunfo de Castro, mi padre, que había intercedido a favor de un sin número de revolucionarios y había facilitado la salida de Cuba de más de un perseguido, pasó sus apuros los primeros días de la revolución. Húber Matos, el nuevo jefe militar de Camagüey, que no concebía que el gobernador de Camagüey del gobierno anterior se encontrara libre, fue a buscarlo personalmente a su casa y después de arrestarlo, lo mantuvo preso en el Cuartel Monteagudo mientras lo investigaba. Allí lo tuvieron por casi dos meses, hasta que se dieron cuenta que no había hecho nada malo ya que no había cargos contra él y todas las cuentas en el Gobierno Provincial cuadraban perfectamente.
Después de ser puesto en libertad, Papá se quedó tranquilo en su casa del Reparto Garrido. Al poco tiempo le confiscaron su finca La Teja, que había heredado de su padre cuando tenía 19 años. Entonces se dedicó a vender seguros y a administrar la colonia de cañas de azúcar de su madre. No quiso salir de Cuba porque pensaba que no podría defenderse y quería asegurarse de que su nombre quedara bien limpio en ese proceso revolucionario.
Mi padre llevó sus desgracias personales con un estoicismo admirable. El retraso mental de Luisito, nuestro hermano menor, fue causa de gran sufrimiento en nuestra familia, pero Papá aceptaba esa carga con humildad, como algo que nos había mandado Dios. Mamá, que tenía una salud precaria, quedó muy afectada por los acontecimientos de estos años y su salud se quebrantó precipitadamente desde 1959 en adelante. Esto último contribuyó a que Papá decidiera quedarse en Cuba.
En 1964 el gobierno de Castro lo involucró en una conspiración lidereada por Alberto Fernández Medrano, un abogado camagüeyano que en esa época era funcionario de los Leones Internacionales. Esto resultó en el arresto de Papá y de su íntimo amigo Marcelino Martínez Tapia, ex-representante Liberal de Santa Cruz del Sur. También fueron arrestados Manuel Paradela y Enrique Bermúdez. Los nombres de todos habían aparecido en una lista de presuntos conspiradores que la policía del gobierno comunista le había encontrado a Fernández Medrano. Papá era completamente inocente y así lo mantuvo siempre durante los largos días de interrogatorio en el G-2 de Camagüey, que antes había sido la casa de su suegro, Luis Loret de Mola, y en la que Papá había vivido los primeros diecisiete años de su matrimonio. Me contó que su interrogador le dijo, "Mire, Zayas-Bazán, alégrese de que no lo vamos a fusilar porque usted representa todo lo que la revolución niega que sea bueno. Usted era de la clase alta, usted fue educado en los Estados Unidos, usted es aparentemente un político honesto. Usted, francamente, nos perjudica. A usted no nos conviene tenerlo en Camagüey. A usted lo deberíamos llevar al paredón junto con los otros. Así es que no se queje". Días después fusilaron a Fernández Medrano, a Martínez Tapia y a Paradela. Condenaron a 20 años a Bermúdez y a Papá a diez.
Cuando lo mudaron del G-2 para la cárcel de Camagüey, los presos de la cárcel lo trataban con tanta deferencia que varios fueron incomunicados en penitencia. Pocos días después decidieron llevárselo para el G-2 otra vez. Y sufrió larga prisión durante siete años y medio; una prisión digna pero no rebelde. Nunca fue preso plantado. En las distintas prisiones en que estuvo se ponía el uniforme que le daban y trabajaba donde lo asignaban. Después de estar en el G-2, lo pasaron para Isla de Pinos, donde pasó varios años; de allí lo mudaron para la Cabaña, y terminó en la Cárcel de Morón, donde trabajó en una rudimentaria biblioteca que allí tenían y se entretenía enseñándoles francés a los presos políticos.
Isla de Pinos fue una gran decepción para Papá. Se encontró con facciones políticas que se odiaban, con presos plantados que menospreciaban a los presos menos rebeldes. Húber Matos, que también se encontraba preso allí, se negó a hablar con él. Papá quedó tan desencantado con sus experiencias en Isla de Pinos que nunca más se sintió optimista sobre el futuro de Cuba. En 1971 Papá finalmente fue puesto en libertad. Se quedó en la ciudad de Camagüey casi un año, hasta que en marzo de 1972 obtuvo el visado para venir a los EE.UU. Cuando llegó a Miami casi no pudo ver a mamá antes de que se muriera. Mi madre había estado enferma por más de diez años y la teníamos en Puerto Rico en el Hogar Teresa Jornet.
En Miami, Tony Varona, político Auténtico ejemplar camagüeyano, que había sido primer ministro y senador junto con Papá, trató de animarlo para que participara en actividades políticas, pero Papá no quiso.
Prefiero pensar que Papá estaba equivocado en cuanto a los cubanos, que lo que vivió en Isla de Pinos fue una etapa que después se superó, que con el tiempo los cubanos nos hemos vuelto más tolerantes. Porque si los cubanos no aprendemos a perdonar, aunque no podamos olvidar lo pasado, entonces no mereceremos volver a nuestra Patria.
Papá tenía un concepto sagrado de la amistad. Era extremadamente leal con sus amigos y trataba con gran ternura a las personas mayores. Sus amigos intuían que podían contar con él en lo que estuviera a su alcance. En el exilio, donde no aspiraba a ganarse votos, visitaba a coterráneos religiosamente y siempre estaba listo para hacerles pequeños favores a los necesitados. En visita que hice con él en los últimos años de su vida a casa de los Martínez Tapia y a las de otros viejos amigos camagüeyanos, me daba cuenta de cómo lo apreciaban.
Al poco tiempo de llegar a Miami en 1972, encontró trabajo en los muelles revisando las mercancías que entraban y salían. Trabajó con los estibadores hasta que cumplió los 75 años y después de su retiro se dedicó a su segunda esposa Yoya Silva, la cual sufría de Alzheimer. Así continuó hasta su inesperada muerte. Recibía las decepciones de los malagradecidos y de los envidiosos con naturalidad, achacándoselas a las debilidades del ser humano.
Estoy convencido de que Papá murió en paz, y que veía lo que padeció durante sus años de prisión como un purgatorio necesario para purificar sus imperfecciones. Me consta que perdonó a los que le hicieron daño porque jamás lo oí expresarse mal de ellos.
Todos estos pensamientos pasaron por mi mente ese día mientras escuchaba al Padre Carrillo. Y yo, que adoraba a Papá, que me encontraba mudo de tristeza, hubiera dado cualquier cosa porque Marcelino Martínez Tapia hubiera estado allí con nosotros, y que con esa facilidad de expresión que poseía, hubiera podido decirles todas estas cosas de la vida de Papá que ahora me honro en contarles.
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July 2, 2000 was the ninth anniversary of the death of my father, Manuel Eduardo Zayas-Bazán Recio. I remember exactly how I felt that tragic day. Seated on a stool at St. Raymond Catholic Church, I listened to Father Carrillo, who obviously did not know anything about father's life and was saying the usual generalities which are mentioned when one doesn't know the person about whom one talks.
Father died unexpectedly, after a supposedly simple heart operation to repair a defective valve. His sons and daughters had encouraged him to have it done, thinking that the operation would give him 10 more years of quality life. When the surgeons operated on him, they found his heart in worse shape than they anticipated, and father was only able to survive for four more days after the operation, leaving us unprepared for his unexpected departure.
Even though he had held important political positions, my father was a sweet, unaffected, and cheerful man who everybody called Eddy. Through his blood flowed politics and patriotism. His father, Rogerio Zayas-Bazán Ramírez, became a Major in our War of Independence. Later he served as Governor of Camagüey Province, Secretary of Interior, and Senator of the Republic. His maternal grandfather, Dr. Tomás Recio Loynaz,, was a second cousin of Ignacio Agramonte Loynaz, a member of the first Cuban Senate in 1902. His great uncle, General Lope Recio Loynaz, was the first Governor of the Province of Camagüey after Cuba became independent. His maternal great grandfather, José Agustín Recio Céspedes, was a distant cousin of Carlos Manuel de Céspedes, known as the Father of our Native Land.
My father was elected to Congress when he was only 23 years old and was reelected two more times. He was a Senator from 1948 to 1952, and Governor of Camagüey Province from 1954 to 1958. He never lost an election, and, faithful to his father's tradition, he always was a member of the Liberal Party.
My father was an atypical politician: he was not a public speaker, and although he was articulate in informal discussions, when he was supposed to speak in public, he would be petrified by stage fright. In publics events, his assistants were the ones to speak on his behalf. I only recall hearing him say a few words as his inaugural speech at the Provincial Governor's Palace in 1954.
Father was one of the most helpful persons that I have known. Throughout his life he rendered thousands of services to his constituents, whether they voted for him or not. He had a profound knowledge of local politics and a formidable group of faithful friends and followers who would help him organize his political campaigns. However, as a politician he had a serious problem: he was intransigent in questions of ethics, and more than one person that didn't know him and dared to proposed to him something that father considered incorrect, was chided by him.
My father possessed a virtue which is very rare in Cuba: he was an honest politician. He inherited that from his father, Major Zayas-Bazán, who was famous for his honesty and for wanting to eradicate gambling and prostitution in Cuba while he was Secretary of Interior during the first four years of the government of General Machado. In Cuba there have been very few politicians who have not enriched themselves in power. With the triumph of the Cuba revolution in 1959, my father’s possessions were the same that he had inherited at his father's death , in addition to the properties that mother had inherited from her parents. On numerous occasions he told us: "I will not leave you much money, but I will leave you a name of which you will be proud." Thus it was. That rare behavior of a Cuban politician is what gives particular merits to Father. It doesn't matter that he was not a charismatic caudillo or a brilliant speaker; to me, more relevant was the rectitude with which he acted and the example he left behind. If in Cuba we have had more honest politicians, politicians inspired by their best intentions, eager to improve the standard of living of the people rather than their own standard of living, we would not have ended with a Fidel Castro who very ably knew how to exploit the frustrations of the Cuban people with our corrupt politics during our Republican era.
Father committed a grave error. After General Batista's coup d'état in March of 1952, the Liberal party and the Democratic party came to an agreement with the PAU, Batista's political party, for the election which would be held in 1954. Father couldn't resist the temptation and he accepted running for governor of Camagüey Province. This was a serious error on my father's part for two reasons: first, when the coup d'état took place, the Liberal party and the Auténtico party, the party which was in power at that time, were allies. By forming an alliance now with the PAU, the Liberal party was betraying its ex- ally by joining the de facto but illegitimate government; second, because father was not a friend of General Batista. Batista had never forgiven my father for voting against the removal from office of President Miguel Mariano Gómez, and later for his efforts to stop Batista from taking control of the Liberal party. Many years ago father shared with me with a certain amount of pride that when he was Governor of Camagüey Province he was never able to have an audience with Batista.
Years later, that decision to run for governor under Batista's candidacy, would cost him dearly. With Castro's coming to power, my father, who while Governor had interceded in favor of a number of revolutionaries and had helped flee from Cuba more than one revolutionary on the run, went through unpleasant times the first few days of the revolution. Húber Matos, the new military head of Camagüey Province, could not conceive that the governor of Camagüey of the previous administration would be free, and Matos went to get him personally at his home and, after arresting father, kept him locked at the Monteagudo Barracks while being investigated. In those barracks father was held for almost two months, until they realized that he had not committed any crime, that there were no charges filed against him, and all the accounts at the Provincial Government were in perfect order.
After he was set free, Father kept a low profile in his Reparto Garrido home. A short time later his farm La Teja, which he had inherited from his father when he was nineteen, was confiscated. Then he began to sell insurance and to run his mother's sugar plantation. He didn't want to leave Cuba because he thought that he would then not be able to defend himself and he wanted to be sure that his reputation would not be tarnished in that revolutionary process.
My father carried his personal misfortune with an admirable stoicism. Our younger brother Luisito's mental retardation was a cause of great anguish in our family, but father accepted that burden with humility, as something that God had sent him. Mother, who suffered from precarious health, was very affected by events of those years, and her health rapidly deteriorated from 1959. All of this made him decide to stay in Cuba.
In 1964, the Castro government implicated him in a conspiracy led by Alberto Fernández Medrano, a lawyer from the city of Camagüey who was an officer in Lions International. This resulted in father's arrest and that of an intimate friend, Marcelino Martínez Tapia, an ex congressman from the Liberal party from Santa Cruz del Sur. Also arrested were Manuel Paradela and Enrique Bermúdez. All their names had appeared in a list of presumed conspirators that the police of the communist government had found with Fernández Madrano. Father was totally innocent and this he repeatedly stated during the long interrogation days at the G-2 in Camagüey, a large house that had been the residence of Luis Loret de Mola's, his father-in-law, and in which my parents and we children had lived during the first seventeen years of my parents' marriage. Father told me that his interrogator warned him: "Look, Zayas-Bazán, be happy that we are not going to execute you because you represent everything that the revolutions denies is good. You were a member of the upper class, you were educated in the United States, you are apparently an honest politician. You, frankly, make us look bad. We don't want you in Camagüey. We should put you in front of a firing squad with the others. So don't complain." A few days later Fernández Medrano, Martínez Tapia and Paradela were executed. Bermúdez was sentenced to twenty years and father to ten.
When they moved him from the G-2 to the municipal jail in Camagüey, the prisoners at the jail treated him with such deference that several of the prisoners were punished with solitary confinement. A few days later they decided to move him back to the G-2, and he suffered a long confinement for seven and a half years. He spent his time in prison with dignity, but he was not a rebel. In the different prisons in which he was held he would put on the uniform which was given to him and worked where he was assigned. After his stay in the G-2, he was sent to the Isle of Pines Prison, where he spent two years. From there he was moved to La Cabaña Fortress, and he served his last few years in the Cárcel of Morón, where he worked as a librarian in a rudimentary library and spent the extra time teaching French to his fellow political prisoners.
The Isle of Pines was a big disappointment to father. He found political factions that hated each other, rebellious prisoners who looked down on those who were less rebellious. Húber Matos, who was also a prisoner, refused to talk with him. Papá was left so disillusioned with his experience in prisons that he never again felt optimistic about the future of Cuba. In 1971 father was finally set free. He stayed in the city of Camagüey for almost a year, until in March of 1972 he obtained a visa to come to the U.S.A. When he arrived in Miami he barely got to see mother before she died. My mother has been sick for more than ten years and we had placed her at Hogar Teresa Jornet, a nursing home run by nuns located in Puerto Rico.
In Miami, Tony de Varona, an exemplary Autentico party politician who had been Prime Minister of Cuba and a senator with father, tried to encourage father to participate in political activities, but father refused
I prefer to think that father was wrong about the Cubans, that what he went through at the Isle of Pines Prison and at La Cabaña was a phase that was later overcome, that with the years we Cubans have become more tolerant. For if we don't learn to forgive, even though we cannot forget the past, then we are not worthy of returning to our Fatherland.
Father had a sacred concept of friendship. He was extremely loyal to his friends and he treated the elderly with great tenderness. His friends intuitively knew that they could count on his help. In exile, where he did not need anyone's vote, he religiously visited his Camagüeyan friends and he was always ready to do little favors to those in need. In visits which I made with him during the last few years to the Martínez Tapia's family and to other old friends from Camagüey, I realized how much they appreciated him and enjoyed his company.
Shortly after arriving in Miami in 1972, he found work at the port of Miami checking the merchandize that arrived and departed. He worked with the longshoremen until he was 75 years old, and after he retired, he dedicated his time to taking care of Yoya Silva, his second wife, who suffered from Alzheimers. Thus he continued until his unexpected death. The disappointments he endured from ungrateful and envious people he regarded as a natural thing, blaming them on human weakness.
I am convinced that father died in peace, and that he saw what he suffered during those years in prison as a necessary purgatory to purify his imperfections. I can attest that he forgave those who did harm to him because I never heard him express himself in a negative manner about any of them.
All these thoughts went through my mind that day while I was listening to Father Carillo, and I, who adored father and was unable to speak due to my sadness, I would have given anything for Marcelino Martínez Tapia to have been there with us. With his eloquence he would have related to you all these things about father's life that I am now honored to share with you.
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